miércoles, 25 de abril de 2007

martes, 10 de abril de 2007

Sin comentarios...



"Los conocía. A los dos. Estaban enamorados.

La chica era muy joven... tenía unos 17 o 18, creo. Él era bastante mayor. Era un poco salvaje y rebelde. Ella era muy guapa, ¿sabes? Juntos todo lo convertían en una especie de aventura. Incluso ir al supermercado se convertía en una aventura. Siempre se estaban riendo por tonterías. Le encantaba hacerla reír. Y no se preocupaban de lo demás, porque lo único que querían era estar juntos. Siempre estaban juntos. Eran muy felices. Él la amaba más de lo que nunca había creído posible.

(...)Él empezó a beber mucho. Y volvía tarde a casa para ponerla a prueba, para ver si se ponía celosa. Quería darle celos pero no se ponía celosa: sólo se preocupaba por él. Y eso aún le desesperaba más. Pensaba que si no tenía celos era porque no le importaba. Los celos eran una señal del amor que sentía por él.

Entonces, una noche le dijo que estaba embarazada. Estaba de 3 o 4 meses. Y él ni siquiera lo sabía. De repente, todo cambió. Dejó de beber y consiguió un trabajo fijo. Estaba convencido de que le amaba porque llevaba a su hijo. Él pensaba dedicarse a formar un hogar para ella. Pero empezó a ocurrir algo extraño. Ni siquiera lo notó al principio. Ella empezó a cambiar.

El día que nació el niño empezó a irritarle todo lo que la rodeaba. Se enfadaba por todo. Hasta el niño le parecía una injusticia. Él intentaba que las cosas estuvieran bien para ella. Le compraba cosas, salían a cenar una vez a la semana... Pero nada parecía satisfacerla. Durante dos años luchó para volver a estar unidos como al principio. Pero, finalmente, supo que nunca funcionaría, así que volvió a la bebida, pero esta vez en serio.

Ahora, cuando volvía tarde a casa, ella no estaba preocupada ni celosa. Sólo enfurecida. Le acusaba de tenerla atada, por haberle hecho un hijo. Le dijo que soñaba con escapar. Sólo soñaba una cosa, escapar. Se veía a sí misma corriendo desnuda por una carretera, atravesando campos y cauces de ríos. Siempre corriendo. Y siempre justo cuando estaba a punto de conseguirlo él aparecía allí. La atrapaba de algún modo. Aparecía para retenerla. Cuando le contó estos sueños, él los creyó. Supo que, o la retenía, o se iría para siempre. Así que le ató una campanilla al tobillo para poder oirla por la noche si se levantaba de la cama. Pero aprendió a silenciarla metiendo un calcetín. Consiguió escurrirse poco a poco de la cama y salir al exterior. Él la oyó, cuando el calcetín cayó, corriendo hacia la carretera. La cogió, la llevó a rastras a la caravana... y la ató a la cocina con su cinturón. La dejó allí, volvió a a la cama y se quedó tumbado escuchando sus gritos... y los gritos de su hijo. Se sorprendió porque ya no sentía nada. Todo lo que quería era dormir.

Por primera vez, deseaba estar lejos, perdido en un vasto país donde nadie le conociera. Un sitio sin gente ni calles. Soñó con ese lugar sin saber su nombre. Y cuando despertó, estaba ardiendo. Había llamas azules quemando las sábanas. Corrió atravesando las llamas hacia las únicas personas que amaba. Pero se habían ido. Sus brazos estaban ardiendo, se lanzó fuera... y rodó por el suelo mojado. Y echó a correr. Nunca miró atrás hacia el fuego. Sólo corrió. Corrió hasta que salió el sol. Y no pudo correr más. Cuando se puso el sol, corrió otra vez. Corrió así durante cinco días... hasta que todo signo humano desapareció."

Extraído de una secuencia de París, Texas, de Wim Wenders